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Una de Monaguillos
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Caía un sol de justicia, que unido al bochorno típico de los días de julio, configuraban una jornada bastante normal en Mallén; si no fuera, porque a las tres de la tarde de un domingo del año 1954, cuando lo habitual era que todo el pueblo estuviese durmiendo la siesta y no se viera ni a los perros deambular por las silenciosas calles y los críos estuvieran, nadando en el Azud, fabricando barcos con los juncos de la orilla de la Huecha, jugando a pitos o a corchos en la Plaza, o robando melocotones aún verdes en algún huerto; un movimiento inusual de personas recorriendo las calles y casas sin saber exactamente a dónde ir, agitaba de forma sorprendente la población.

A las dos y media, todos los malleneros habían sido bruscamente interrumpidos en su habitual descanso, por el desaforado sonar de las campanas de la iglesia que anunciaban que alguien se había perdido.

El primer impulso de todos fue salir a la calle y preguntar qué pasaba, quién había podido perderse a aquellas horas y por respuesta se encontraban con la cara de sorpresa de sus convecinos; que, tan atónitos como ellos mismos, no daban crédito a algo tan extraordinario.

Por fin, un rumor fue extendiéndose rápidamente por la población. Al parecer, un monaguillo no se había presentado en su casa a comer y se desconocía su paradero, era necesaria la colaboración de todo el mundo para encontrarle. Y el pueblo, tan sensible a las desgracias ajenas, acudió como una sola persona. Entre los más pequeños, sabedores de las costumbres de los de su edad, unos se dirigieron rápidamente al Azud, otros fueron a la Caña por ver si estaba bañándose con sus amigos, las personas mayores fueron congregándose en la Plaza para ver si alguien traía noticias, las mujeres hacían disquisiciones sobre los posibles paraderos del muchacho y el disgusto que tendría su madre. Antonio Laporta, el alcalde, se dirigió a la iglesia que es donde pensó que hallaría a Mosén José, como efectivamente así fue; y, unos más rápido y otros más despacio, todo el pueblo se puso en movimiento.

Al cabo de un rato, ya se supo por todos, que el monaguillo en cuestión era Manolico, un gracioso chaval de siete años, que vivía en la C/ Trascastillo, más bueno que el pan y, que al contrario que la mayoría de sus compañeros, era formal y nada travieso. Se fueron conociendo los detalles: Sus padres, cuando vieron la tardanza del muchacho en acudir a comer, comenzaron a preocuparse y a eso de las dos de la tarde, ya seriamente alarmados, fueron por las casas de los monaguillos que junto a él habían estado ayudando a los sacerdotes en la Misa Mayor. Como en las casas de Alejandro, Mariano y Luis Antonio, no pudieron aclararles la situación, se habían dirigido a casa de Mosén José, que sorprendido, mandó llamar a Mosén Julio, para ver si él podía dar alguna razón de la desaparición de Manolico; pero todo fue inútil, Manolico no aparecía. Se avisó a Cándido, el campanero, como era costumbre en estos casos, para que mediante el toque de campanas correspondiente, notificase a todo el pueblo la pérdida del niño y fue así como la noticia se había propagado.

Las horas iban pasando y no se sabía nada, los niños volvieron del Azud y de la Caña sin nada, los que salieron a las eras volvían también sin nada, otros que fueron al Puy, tampoco aportaron nada nuevo. Los mayores, empezaron a desplazarse por la C/ Santa María a la iglesia, sabedores de que tanto el alcalde como los sacerdotes estaban allí, y se fueron reuniendo, bajo un sol abrasador, en la Plaza de la Iglesia.

Mosén José, viendo el pueblo congregado, con su voz de trueno velada por la emoción, aprovechó el momento para informar a todos de la realidad de la situación y de que, por desgracia, no había noticias del paradero del chico, encareciendo al auditorio de que si a alguien se le ocurría algún sitio en el que pudiera estar el muchacho, lo dijese.

Pero lo cierto es, que el tiempo pasaba y las esperanzas de encontrarlo eran cada vez menores.

Los monaguillos sin saber por dónde buscar, se dedicaron, unos a subir a la torre por si acaso estuviese allí, otros recorrían los altares con todos sus recovecos, otros subieron al órgano y sus dependencias, no sin algo de prevención, pues una imagen que había tras una puerta del cuarto de la mancha, los tenía algo atemorizados, otros a las bóvedas de la iglesia y otros buscaron en las sacristías. Después fueron a casa del campanero, que era una gran casona adosada a la iglesia, pues era uno de los sitios habituales de los monaguillos pero todo parecía inútil.

En un momento determinado y sin ninguna razón aparente, Alejandro y Mariano, que eran inseparables, se dirigieron de nuevo a la sacristía y comenzaron a revolverlo todo. Los armarios donde se guardaban las sotanas, los que contenían las casullas, el armario de las capas pluviales, todo fue revuelto. Adosado a la pared había un banco, cuyo asiento se levantaba y  conformaba la tapa de una especie de baúl donde se recogían los roquetes de los monaguillos, se acercó Alejandro, levantó la tapa, y.....

¡ Oh , sorpresa ¡

Manolico, se hallaba plácidamente dormido encima de los roquetes, y ajeno totalmente al revuelo que se había organizado.

La alegría de los tres, en aquel momento fue indescriptible. Comenzaron a dar saltos de alegría y, sin parar de saltar, se dirigieron a la puerta de la Iglesia donde todo el mundo los recibió alborozado.

Como más tarde se aclaró, al finalizar la Misa Mayor, Manolico había entrado al lavabo sin que nadie se apercibiese de ello y todos se marcharon sin echarle en falta, cerrando la sacristía y posteriormente la iglesia.

Cuando el pobre monago salió y vio la puerta cerrada, presa del pánico, comenzó a dar voces sin que nadie le oyese, pues la ventana de la sacristía daba al recreo de las Escuelas Nacionales y ese día, al ser domingo, se encontraban cerradas. Cansado de gritar y, a causa del mismo disgusto, se quedó dormido encima de los roquetes hasta que la casualidad hizo que diesen con él.

Mariano Ibáñez

Nota del Autor: Esta historia está basada en hechos verídicos y los personajes que intervienen en la misma son reales. Alguna de estas personas, aún vive en Mallén. A ellos se la dedico, con mucho cariño, y en especial a Manolico, protagonista involuntario de los hechos.

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